El ketchup, igual que pasaba con la CocaCola, ya en 1830 eran productos en venta en farmacias. Se utilizaban como medicinas, pero ¿en qué momento pasó a convertirse en un alimento de consumo diario?

Si viajamos en el pasado hasta la última referencia útil, descubrimos que el ketchup tiene un origen asiático. Procede de una salsa china que acompañaba a la carne pero principalmente al pescado. Lo más curioso es que no tenia tomate.

La palabra, según la Real Academia Española, proviene de “koechiap”, la denominación china que se le daba a aquella salsa.

A finales de siglo XVII, llegaron a Europa muestras del producto, más concretamente a Inglaterra y empezó a ser comercializada. En 1690, apareció en la prensa inglesa bajo el nombre de “catchup”.

Esta salsa había sido importada del archipiélago malayo, pero el tomate seguía sin formar parte de los ingredientes.

La idea de ketchup que nosotros conocemos fue idea de Henry J.Heinz, que en 1876 modificó la salsa añadiendo simplemente tomate y ese mismo año la empezó a distribuir.

El señor Heinz, hasta entonces se había dedicado a distribuir rábanos en salsa en tarros de cristal. Era conocido por su particular forma de envasarlos, que él había copiado de su madre.

Fundó una empresa llamada Heinz & Noble, junto con su socio L.Clarence Noble. Se hicieron famosos y aprovecharon los conocimientos de Henry en cuanto a envasado y conservación del mismo, haciéndoles un nombre de calidad.

De hecho, no fué hasta 1990 cuando en Estados Unidos se vendió ketchup Heinz en un envase de plástico reciclado. Lo cuál hizo más fácil su distribución por todo el mundo.

El ketchup se ha vuelto tan popular, que algunos expertos han llegado incluso a utilizarlo como un indicador económico. Por ejemplo en América, la tasa de penetración en los hogares es del 97%, viéndose sólo superado por la sal, el azúcar y la pimienta. De hecho se calcula que un americano medio, consume 3 envases al año, lo que supondría casi un litro.

Como curiosidad, el ketchup es uno de los pocos fluidos no newtonianos. Es decir, aquellos con la propiedad de cambiar su viscosidad en función de la agitación. Una propiedad que comparte con la crema, la sangre o el esmalte de uñas.